Un Dry Martini Exterminador

Llegamos a la fastuosa mansión de los Nóbile todavía con la euforia del maravilloso espectáculo al que acabábamos de asistir, la famosa ópera de Ruggero Leoncavallo el Pagliacci.

Después de entrar por un hermosísimo hall, atravesamos la puerta que daba acceso al salón (un Uber haría falta para recorrerlo en toda su ignota amplitud), que se definía por sus grandes y altos ventanales que dejaban pasar raudales de luz y por la singular araña que decoraba el centro del techo.

Una emocionante velada que te dejará sedient@

Las mujeres enjoyadas y bien maquilladas no podían disimular el corrimiento del rimmel en sus ojos, y ellos, tan machos, tampoco sus ojos enrojecidos. Con los sentimientos todavía a flor de piel después del espectáculo operístico que acabábamos de presenciar me atreví a proponer:

¿A alguien le apetece un Dry Martini de la casa?

Todos giraron en mi dirección con mirada cómplice, mientras Mamén preguntó:

¿Cómo lo preparas?

Inmediatamente pasé a describir el famoso cóctel con todo tipo de movimiento de manos: lo primero, unas grandes dosis de cariño y unos hielos bien fríos que rebosen el vaso mezclador, después una parte de vermú Noilly Prat y siete de ginebra Plymouth, un golpe de angostura y una filigrana de limón.

 

Filigrana de limón, Noilly Prat, ginebraPlymouth y golpe de angostura.

Los asistentes levantaron la mano al unísono y rápidamente les llegó la primera andanada del cóctel, a la que siguió una segunda y después la tercera.

Mamén al querer salir del salón hacia el baño se quedó estupefacta, al acercarse a la puerta un rayo verde iluminaba el umbral de la misma y le impedía cualquier tipo de avance, estaba como paralizada. Al pedir ayuda Lucrecia se acercó a su amiga, le agarró la mano y tiró con fuerza de ella para salir del salón. Pero también ella quedó inmovilizada. Y así fue pasando a cada uno de los presentes que intentábamos cruzar el umbral de la puerta.

El rayo de luz incidía sobre mi cabeza al acercarme al umbral de la puerta.

Yo, como anfitrión no podía dar crédito a lo que ocurría, nadie podía cruzar el umbral de la puerta y salir del salón. El haz verde nos lo impedía, un haz que además iba ganando en intensidad a medida que la tarde se acercaba al crepúsculo. Entonces, lo comprendí todo. Me acerqué al mueble bar y cambié la ubicación de la botella de vermú, ya no incidía la luz del sol a través de ella, y el haz verde había desaparecido. Y con él aquel magnetismo que se había adueñado de nuestro cuerpo en el umbral de la puerta.

 

¿Alguien quiere otro cóctel? pregunté, y todos mansamente movieron afirmativamente su cabeza.