Gracias por invitarme a la boda de su hija

Los invitados ya se empezaban a sentir como en casa, completamente desinhibidos. Ellas se preparaban para quitarse los zapatos de tacón de sus pies con sus uñas pintadas de los colores más variopintos, y poder disfrutar del tacto de la hierba en el jardín, ellos se despojaban de las chaquetas y desaflojaban sus corbatas. Claro que sólo algunos, el Don debía permanecer fiel a su imagen, con la chaqueta y la corbata impolutas, sabedor que el día de la boda de su hija no podía negar ningún favor a sus correligionarios más cercanos. Le pidiesen lo que le pidiesen.

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Allí se encontraban familias de todos los territorios: Barcelona, Madrid, Galicia, Almería. Incluso algunos habían cruzado el charco para no perderse esa cita tan señalada y llegaban desde el mismísimo Boston en la lejana América.

Había terminado el ágape y llegaba el momento de rendir pleitesía y respeto al Don. Un poco alejados del grueso del banquete, formando un semicírculo compacto, la famiglia de confianza se sentaba en torno a su Don y a sus cigarros. Para la ocasión se habían seleccionado unos Hoyos de Monterrey Serie Le Hoyo de Río Seco. Recuerdo de los legendarios viajes del Don a La Habana en compañía de sus amigos de la Estándar Oil y la gente de Miami.

Entre las volutas de purohumo de la degustación de los cigarros apareció un dron flotando entre las nubes nicotínicas de la lejana Cuba. Bajaba y subía y no dejaba de grabar a los invitados de tan particular velada. El FBI no dejaba nada al azar. Pero para nuestro particular grupo esas tomas desde el aire no dejaban de ser una forma nueva de poder posar para los hombres de negro. Tanto es así, que algún consiglieri saludaba con la mano y a cara descubierta al dron entre las risas de los asistentes, cigarro y copa en mano, queriendo evocar que sólo era un acto íntimo entre familiares, y que no había nada que ocultar… ni que grabar.

El Don, el padre de la novia, estaba radiante y así se lo hacía saber al resto de comensales y amigos con ese gesto tan característico suyo de meter la cabeza sobre los hombros como si no tuviese cuello y alargando la mano para no dejar pasar la oportunidad de estrecharla con cariño a cada miembro de la famiglia.

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Y así, en uno de esos apretones de manos, es como me atreví a pedirle al Don el nombre del cava que habíamos tomado en el convite, sabedor que ese día me tendría que conceder ese favor. Eso sí, podría ocurrir que algún día tuviese que devolvérselo a mi Don. Pero hasta entonces sería un favor de cortesía con motivo de la boda de su hija.

Y de esta manera pude descubrir que el cava que bebimos fue un Juve & Camps Blanc de Noir, un rara avis del mundo del cava elaborado con uva 100% pinot noir.

 

La cata

De carácter vivaz matizado por su crianza de 36 meses. Este Millesimé 2018 es un espumoso donde la protagonista principal es la fruta roja y crujiente, madura y fresca al mismo tiempo característica típica de la pinot noir.

Un vino preciso, que requiere un delicadísimo prensado para obtener el jugo más puro de las uvas negras para conseguir un mosto blanco.

A primera vista es un espumoso dorado que al recibir el reflejo de la luz nos ilumina con esa alma tan particular del pinot noir, y que se muestra exuberante después en nariz: frutas blancas y de hueso que se rodean de atractivos aromas a bayas rojas, miel de flores, pain grillé. En boca se muestra jugoso al son de unas burbujas intensas que presagian un final largo y elegante… como la boda de la hija del Don.