La teoría del clinamen, o la ligera inclinación de los átomos en su caída. Según Epicuro, un hombre que cae desde lo alto de una casa no puede, ciertamente, evitar la caída una vez iniciada, pero puede imprimir un movimiento a su cuerpo que le haga caer más acá o más allá, en una postura o en otra.
Algo semejante supone Epicuro que puede acontecer en los átomos materiales que integran nuestra alma, y en ello pretende fundar la posibilidad de una actuación moral y de una ética.
Sentadas estas premisas, se pregunta Epicuro cuál es el fin que el hombre puede y debe alcanzar en esta vida, es decir, la dirección en que el hombre debe lograr esta desviación o clinamen en su caer a lo largo de la existencia. Y la respuesta no ofrece para él ninguna duda: la búsqueda del placer.
Esto para Epicuro es un hecho que debe admitirse sin más. Cierto que los hombres trabajan y buscan cosas que no son el placer en sí mismo, pero se trata sólo de medios para mantener la vida -condición del placer futuro- o para procurarse fuentes de placer.
A este efecto divide, en primer lugar, los placeres posibles en placeres corporales y espirituales.
¿Cuáles serán los superiores y, por tanto, los deseables?
En un principio se decide Epicuro por los espirituales, porque se pueden traer a voluntad y, por tanto, sujetan al hombre a las cosas exteriores y a la variable fortuna. Pero los placeres espirituales consisten para Epicuro en recordar, imaginar o proyectar situaciones placenteras, y esto no es posible, naturalmente, si no existen previamente unas auténticas y originales situaciones placenteras. Y éstas no pueden consistir sino en los placeres del cuerpo.
Y eso nos lleva a saber disfrutar del placer corporal o físico mediante la fumada de una Julieta (Churchill) añejada de Romeo y Julieta, vitola de galera 175×49, capa de tapado criollo añejada y ligada de tripa larga de volado, seco y ligero.
A partir de este enunciado Epicuro nos plantea la duda de acceder también al placer espiritual, pero en tres vuelcos (como en el cocido):
– Primero. Seleccionar un espacio, quizá imaginario, en que nos preparemos para encender el cigarro. Este puede ser un jardín, al más puro estilo epicúreo, o un salón chimenea con sillón orejero, o un reflejo de nuestra propia identidad …
– Segundo. Escuchar el susurro del cigarro antes de encenderlo. Aplastarlo ligeramente entre el dedo índice y pulgar y dejar volar nuestra imaginación entre los efluvios de cedro, melaza y puro tabaco.
Cortar la perilla más o menos profunda (2mm.) en función de su consistencia para obtener un tiro idóneo. Y encender el cigarro dando lentas vueltas al mismo para conseguir que el encendido sea homogéneo.
-Tercero. Succionar el humo del cigarro, dejar que discurra por nuestro paladar sin pudor alguno y, eureka, revivir todo el sabor de Vuelta Abajo en nuestra boca evocando el comentario del gran Sir Winston Churchill:
“Yo tengo a Cuba en mis labios todos los días”
Y así constatar que el placer espiritual sólo se puede alcanzar a través del placer corporal, y en nuestro caso, mediante una Julieta de Romeo y Julieta.