El brandy Ararat, el brandy que me salvó del Gulag

Mi nombre es Alexei Etilonov, llevo un año encerrado en este infierno helado. Cada mañana el objetivo es el mismo, volver con vida al barracón. Mis encallecidas manos tapadas con harapos, mis pies cubiertos con cartones para tratar de aislarme del permafrost y mi gorro de piel grasiento son mis señales de identidad en el gulag.

Duro trabajo con mis compañeros en el gulag!

Hoy he tenido suerte vuelvo a “casa” después de haber trabajado a -50ºC. Ahora toca cenar el sucedáneo de borsch, aguado hasta la saciedad pero caliente, el único trago caliente del día. Y luego acostarse, arropado por un sinfín de quejidos y ronquidos consigo conciliar un sueño esquivo. En los camastros todos somos diferentes pero también todos somos iguales, somos los olvidados de Stalin:. Mongoles, Eslavos, Anarquistas, Marxistas, Troskistas…

El gulag no necesita vallas ni guardias, el frío es nuestro más implacable carcelero. Los ingenuos que intentaron escapar son colgados helados en la entrada, para escarnio de todos los demás, hasta la primavera siguiente en que serán devorados por las alimañas y carroñeros poco a poco.

Hoy me he levantado inquieto por el sonido de las botas de los vigilantes. Se han parado justo delante de mi camastro y he sentido lo peor. “Hoy es mi día, como el de tantos otros que son recogidos y que desaparecen para siempre jamás, he pensado”.

-¿Tovarich Alexei Etilonov?
-Presente, camarada.
-Vistase rápido y acompañenos.

Escoltado por cuatro centinelas entré en la oficina del camarada comisario Vladimir Ilich Ulianov. Frente al fuego el camarada comisario me empujó una copa de brandy. Pruébelo inquirió. Con mis manos todavía heladas acaricie la copa de brandy y las lágrimas brotaron de mis ojos. Eché un trago largo que me calentó ipso facto todo el gaznate.

El camarada comisario no paraba de observarme, y me preguntó.
Y ¿bien? ¿Qué le parece?
Yo asentí con la cabeza. Es brandy de mi tierra… pero está mal tostado el grano y no está clarificado con carbón vegetal. Está mal envejecido, es vulgar. Nunca pasaría por un brandy Ararat para un entendido.

Una copa de brandy Ararat

Ilich Ulianov afirmó con la cabeza y los guardias me llevaron a un cuarto auxiliar, me ofrecieron ropa nueva y un desayuno que nunca podré olvidar. Después me metieron en un tren y tres semanas después llegué a casa, a Armenia, a la fábrica Ararat en la que había trabajado desde niño hasta convertirme en maestro destilador.

Me pusieron al frente de la fábrica de nuevo, y me dijeron que cambiase lo que tuviese que cambiar pero que el brandy debía volver a ser el mismo que antes de la guerra. Doce meses después el milagro había sido consumado, tratando con sumo cuidado la triple destilación, el tostado del grano, la clarificación agua de manatial y carbón vegetal, todo el bouquet de la Casa Ararat volvía a estar en una botella.

Me encargaron seleccionar las mejores 12 botellas y empaquetarlas en una caja de madera cuidadosamente protegida. En la etiqueta ponía: 10 Downing Street. Londres. Reino Unido. A la atención de Sir Winston Churchill.

Años después supe que Churchill se había quejado de la calidad de las últimas botellas de brandy que había recibido de Stalin. Desde que probó el brandy en la Conferencia de Yalta y quedó prendado de él, Churchill se convirtió en el más fiel embajador de nuestro brandy. Y el georgiano no estaba dispuesto a perder un miembro del cuerpo diplomático tan pintoresco. Gracias a este hecho puedo decir que el brandy Ararat me salvó del gulag.

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Tres amigos en Yalta

Churchill continuó su feliz vida de connoisseur durante muchos años y cuando le preguntaban cuál era el secreto de su longevidad comentaba, cigarros cubanos, brandy armenio y no hacer deporte.